… VE POR LA MAROMA.
Lunes, 24 de Mayo de 2010Por Alfonso Piñero Alcón
Si quieres ir al Sur, hacia el mar, búscate una senda suave, amable, tranquila, pero si quieres la belleza salvaje, ve por la Maroma.
Es el día señalado, siete de la mañana, somos sombras, fantasmas en la oscuridad de las instalaciones del Charco de la Pava, nos miramos pero no nos vemos. Somos nuevos compañeros, juntos hacia allá vamos, todos con la ilusión de un buen día, de una senda dorada, hacia arriba, donde el cielo nos acaricie. Carretera y manta, autopista de Granada, desayuno en el Hacho, y dale que dale, salida de la carretera, besamos Alhama de Granada. Un amigo alemán se incorpora al grupo y se monta en nuestro microbús y la Maroma está a la vista. Tomamos el camino polvoriento para el Robledal, y allí llegamos. Nos ponemos nuestras botas, miramos nos reímos y nuestro coordinador da la orden de comienzo del sendero.
El comienzo es fuerte, los jóvenes marcan el paso. Los veteranos no en vano lo aguantamos. Dale que dale, por el bosque de pinos, no nos miramos, dale que dale, ¿Nos pagan por eso? entonces, ¿Por qué tan rápido?. Un compañero se sonríe, pero dale que dale, hacia arriba. Tiras una foto y pierdes al grupo. Te atas un cordón de la bota y pierdes al grupo. Miras el paisaje y pierdes el grupo. ¡Leche con el grupo! Llega un momento que tiro la toalla, he venido a ver y a gozar. Uno está ya un poco mayor para marcar récords.
Voy a mi paso, al de los grupos de amigos, incluso de familias con niños. Degusto el paisaje. Miro el Barranco de los Presillejos.
Los demás pasan, lo desprecian. Barranco, yo te admiro y te saludo. Eres el prodigio hecho roca. El barranco me saluda con ruido de los arroyuelos del fondo. ¡Hasta luego, señor! Sigo andando, tiro fotos, voy a mi aire, me ato las botas cuando me place. ¿Qué el grupo está lejos? Allá el grupo. Miro a mi alrededor, salgo del pinar, miro y miro, veo el macizo de la Maroma, imponente, orgulloso. ¡A por tí voy! ¿Crees Maroma que no voy en serio?
Veo el imponente Matalascamas, cómo alardea en la brillante mañana. No te preocupes, te dejo para otro día.
Me encuentro al guía del grupo. Subimos los dos charlando. Veo los tejos, árboles de la zona, de Tejeda, de Almijara, de los pájaros de esta sierra, privilegiados, de estas rocas. Vemos Sierra Nevada, blanca, amarilla, naranja, envuelta en el cielo y flotando en el aire. ¡Ah! Cuántas veces hemos andado por aquellas cumbres maravillosas, de piedras negras, pero ahora es blanca, como la fe que nos lleva a las alturas, al cansancio que no acaba, pero que finalmente es dicha, de andar tocando el cielo.
Charlamos y charlamos y poco a poco llegamos al Salto del Caballo. ¿Qué caballo?¿Vino alguien aquí en caballo?. Seguro que fue el rey árabe, gentil como pocos, enterrado en estas cimas, donde quiso morir viendo el mar, el azulado mar, con la costa de África, la de sus antepasados, subir a la Maroma y morir, viendo el mar y el caserío blanco que se desparrama por la ladera, Sedella, Canillas, Cómpeta, Frigiliana, tantos y tantos, casas, alquerías, el embrujo, el sol de esta ladera embriagada de las vides, el vino de Frigiliana, manjar de dioses.
Si quieres un camino hermoso hacia el Sur ve por la Maroma.
Llegamos al Tajo del Contadero, lugar estrecho, donde los pastores contaban y cuentan sus ovejas. Nos contamos unos a otros, somos dos, no nos hemos perdido, la Maroma no es esquiva, es pedregosa, es dura, pero no traiciona, quien va por derecho es correspondido, encuentra su camino. Llegamos a un llano ¿Pero hay llanos en la Maroma? Sí hay llanos, a su manera, a su aire. Pero charlamos y charlamos, sobre política, economía. sobre los trabajos, y caminamos, no perdermos nuestro camino, de roca, de matojos, hay que girar hacia el sur, buscando el mar, buscando la luz, ¿qué luz? Cada vez hay menos luz.
El paisaje desaparece, el aire desaparece, nosotros mismos estamos desapareciendo. ¿Qué está pasando? ¿Somos aire? Pero no, es la niebla densa, que fluye desde el sur. Hay viento de Levante y cuando trepa por estas montañas se transforma en nubes, ágiles, aladas, como dulce de algodón. ¡Me han robado el paisaje! Subir a las alturas para no ver el sur, el mar plateado, las casas que se desparraman por las laderas con viñas todavía secas, que mayor decepción.
Pero ahí esta el llano de piedras de la Maroma, me está invitando, anda, conquístame, ven a por mí, aun no has llegado. Seguimos caminando, charlando de todo, el camino se hace fácil, cómodo, una buena charla es el mejor antídoto para el cansancio. Al fin se ve el monolito, el centro de la Maroma.
- Hemos llegado a la hora prevista, las dos y media- dice el guía.
Tanto correr el grupo y nada de nada, aquí estamos, nada se ha ido, está la alfombra de piedra, está el aire manso y suave, ni calor ni frío.
Está el monolito, están las gentes trepando por el monolito.
-¿Da vértigo?- pregunto a uno de los que están arriba en el monolito.
- Al bajar da algo.
Desisto de subir. ¿Qué más quiero? Estoy en en lo más alto de esta sierra. Soy el emperador de esta cima, uno más de las decenas de emperadores de esta sierra.
Me siento a comer, comparto el pan y la charla con los compañeros “de inicio”. Charlamos, comentamos, hablamos de política, de nuestra ciudad , de Sevilla, y hacemos fotos, muchas fotos. Hablo con el alemán, es de Munich. Nos hacemos más fotos, vagabundeo por la cima, pero ¡Ay! la niebla en la parte sur no desaparece ¿Por qué me has robado uno de los paisajes más maravillosos de esta tierra?
Si quieres un camino hermoso y salvaje hacia el sur, hacia el mar, ve por la Maroma.
Llega el momento de volver. El guía da la orden de marcha, son más de las 3. Andamos, brincamos sobre las piedras, vamos en procesión, jóvenes, maduros, padres, niños, esta sierra es generosa, de piedra y de cielo. Vemos cómo hacia el sur todo es nube, todo es cielo, todo es nada. ¡Díos mío! ¿Dónde esta el mundo, los pueblos, las casas, el mar? Pero todo ha desaparecido, sólo las nubes volanderas, traviesas, como dulce de algodón, suben y suben, nos rodean, juegan y se burlan de nosotros. Quiero ver el aire hacia el Sur, quiero ver la mar azul hacia el Sur, quiero ver el paisaje verdero dorado hacia el Sur. Pero ¿ Dónde esta el Sur?
Algunos compañeros juegan al borde del abismo, es un juego, un juego tonto, la diferencia entre todo y nada. Nadie se los advierte pero están muy cerca del abismo. Se creen dioses, son jóvenes, todos nos creemos dioses cuando somos jóvenes.
Tomamos el camino del Norte, hacia fuera, mientras unas cabras monteses nos observan interesadas, saben de estas montaña, son sabias, nos miran y trato de adivinar sus pensamientos. ¿Tienen pensamientos? Todo tiene pensamiento, incluso estas rocas que estamos pisando.
¿Dónde el mar, dónde la tierra, dónde el caserío blanco?
Pasamos por el llano, por el Contadero, el cartel nos advierte: cinco kilómetros al Robledal. Seguimos y seguimos, miramos, hacemos fotos, Ahora me acompañan un padre y un hijo que vienen con nuestro grupo. El hijo tendrá 23 o 24 años, el padre ¡quién lo sabe!. Tiene la edad indefinida, cuando puedes ser muy viejo o todavía muy joven. El hijo ha heredado la afición. ¡Qué sabiduría! el padre le ha enseñado al hijo amar la montaña. ¡Qué mejor herencia! (¿O ha sido el hijo al padre?)
Bajamos por el Salto del Caballo, miramos alrededor, somo hermanos de estas piedras, de estas gargantas, somos y somos, somos el éter que nos circunda. Aparece otra vez Sierra Nevada, más colgada que nunca en el aire. ¿Es una visión? ¿Es mi imaginación? Salimos de las gargantas rocosas, llegamos a la zona de las lajas, los jóvenes del grupo van ahora a mi lado, comentan, charlan, bromean, se ríen, cuentas cosas, también todos fuimos una vez jóvenes y nos creíamos dioses.
Aparece otra vez el Matalascamas, esta vez luchando contra las nubes. ¿Cómo va el combate? Por ahora, resisto, me responde. Adios Matalascamas. No oigo su respuesta porque una nube lo acaba de envolver, pero luego reaparece, luchando contra las nubes gigantes traidas por el Levante, vigoroso, potente, como siempre.
Llegamos al pinar. El padre y su hijo se han quedado atrás, yo les espero. Parece que el padre no marcha bien. El hijo me dice No te preocupes yo le ayudo. Un padre y un hijo en esta montaña de gigantes, de atlantes. Bajo y bajo, todo lo que subí, ahora solo, otra vez, canto, nadie me escucha, miro alrededor, el Barranco de los Presillejos sí me escucha, creo que le gusta lo que canto. Sigo y sigo, no veo al padre ni al hijo, llego al llano, respiro, leo los carteles, los jóvenes van a mi lado, comentan, se rien, van cansados, yo, sin embargo, voy fresco, cansado pero fresco.
Vamos llegando al Robledal, poco a poco, en pares, en grupitos. Hace ya un poco de fresco. Ya estamos todos.
- ¡Ah¡ estamos reventado, comenta uno del grupo.
- La culpa la tenéis ustedes por empezar tan rápido - responde el guía sonriendo.
Nos hacemos la foto de grupo. La pondremos en Facebook, dice uno. Nos cambiamos de zapatos, de ropa, ropa limpia, seca, una delicia. Salimos del Robledal por el camino de polvo y de guijarros. Dejamos al alemán de Munich en Alhama de Granada.
- Adios señores - se despide en su español con fuerte acento.
- Adios amigo.
Tomamos el camino de la A-92 entre pueblos fantasmas con decenas de casas sin acabar. Es la crisis, la crisis del diablo, la crisis de gastar sin tener dinero, la crisis de creernos ricos cuando nunca dejamos de ser pobres. LLegamos a la A-92, tomamos el camino de Sevilla. Escucho la radio, dormito. Ha muerto el presidente de Polonia en un accidente aéreo, le comento a mis compañeros. Se quedan sorprendidos.
Ya todo es camino en la tarde que cae, mientras al fondo se ven una sierra tras otra, Sierra Gorda, sierra de Archidona, el Camorro Alto, el Torcal, el Monte Huma, todas cubiertas por hermosos penachos de nubes. Es el Levante, el Levante cruel que me ha robado el mar de plata, las laderas verdes, el caserío blanco, las serpenteantes carreteras. ¡Qué mejor razón para volver a la Maroma!
Si quieres un camino hermoso y salvaje hacia el sur, hacia el mar, ve por la Maroma.