DE GRAZALEMA HASTA UBRIQUE POR EL SALTO DEL CABRERO Y BENAOCAZ
Lunes, 8 de Noviembre de 2010Había una vez un club de senderismo llamado “Señal y Camino” que de vez en cuando organizaba una excursión en autobús cuando el sendero empezaba en un lado y terminaba en otro más lejano. A estas excursiones solían acudir bastantes participantes, como ocurrió el domingo 7 de noviembre, lo que pasó, lo relato en un instante.
Ese día la ruta prevista era una travesía que empezaba en Grazalema y terminaba en Ubrique. Así que delante de la impresionante silueta del Peñón Grande de Grazalema empezaron a caminar los numerosos asistentes (alrededor de setenta) hacia el puerto del Boyar.
A cargo de tan numeroso grupo iban ese día tres coordinadores armados de sus correspondientes “walkies” y las mejores intenciones. Después de un tramo por carretera, el grupo se metió por el sendero de los Charcones remontando el Guadalete. Pronto el desnivel hizo entrar a los participantes en calor y los esforzados senderistas empezaron a quitarse ropa por aquello del sudor.
Una vez en el puerto del Boyar pasaron una portilla con el cartel del sendero del Salto del Cabrero. Ni que decir tiene que si hubo algún cabrero que otra época lo saltara, tendría que ser un gigante, igual que el que cabalgara sobre la Silla de Ubrique, que se veía detrás.
Y por una pista, rodeando la sierra del Endrinal, nos dirigimos a un cortijo mientras a nuestra derecha vemos abajo la dehesa del Boyar.
Bonitas son las vistas mientras al cortijo los caminantes se acercan, árboles otoñales destacan como señales.
Y el cortijo está ocupado por cabras a mogollón, pero del cabrero ni rastro por ninguna parte, ¿tal vez se despeñó?
Los senderistas siguen su caminata hacia el Salto del Cabrero y por el camino se hallan enormes árboles llamados quejigos, ¿estaremos de verdad en tierra de los gigantes?
Poco a poco por frondoso bosque nos acercamos a la falla, ¿estará por allí el cabrero? Ya que las cabras no faltan.
En un pradito nos encontramos endrinos, las bayas son como uvas, de ellas saldrán un pacharán divino.
Y en esta llegamos a la entrada de la falla, desde un mirador se hacen las fotos acostumbradas. Del cabrero no queda nada, aunque el salto hoy sería de medalla.
Después de rodea el monte por el otro lado, se repite la misma historia, más fotos y…, a comer que ya de hambre vamos sobrados.
Después de reponer fuerzas, los senderistas siguen caminando, esta vez hacia el puerto de Don Fernando.
Entre vacas y aulagas pasa el sendero, alguna vieja calera queda como testigo de los oficios antiguos, ya perecederos.
Desde el puerto de Don Fernando, zigzagueando, zigzagueando, ahora toca bajar, allá en la lejanía ya se ve Benaocaz.
El arroyo del Pajaruco por un rústico puentecillo hay que atravesar para acceder a la plaza de Benaocaz.
A la derecha queda un curiosa ventana natural, el Asomadero del Ojo del Moro se llama, sería otro ser descomunal.
Llegan los cansados senderistas a Benaocaz, algunos todavía con ganas se van al Barrio Nazarí a visitar pero, otros que están más malitos dicen: ¡por favor, llevadme a un bar!
Una vez repuestos de sus dolencias todavía queda que bajar, por la calzada romana hasta Ubrique hay que llegar.
Y después de varias horas de arduo caminar, los senderistas llegan a Ubrique y por fin podrán descansar. La fuente de los Nueve Caños sirve de punto final.
En el parque del pueblo los recoge el autobús, algunos se duermen, otros bromean y, algunos pensarán, con lo bien que se va en coche, ¿para qué tanto caminar?
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
J.P.A.