Subida al Pico de la Gallina (Montes de Propios de Jerez) por María Luisa Laviana
En sus 21 años de existencia nuestro club habrá hecho más de mil rutas, la mayoría de senderismo por Andalucía, y eso hace que vaya siendo cada vez más difícil encontrar itinerarios novedosos, que nunca antes se hayan hecho en el club y que además estén a una distancia prudente. Pero gracias a Concha Cabezuelo y Pepe López, el domingo 7 de mayo de 2017 un grupo de 30 senderistas pudimos disfrutar de una ruta nueva, con un bonito y sugerente nombre: Subida al Pico de la Gallina, en los Montes de Propios de Jerez. En cuanto la vi en la programación del club, esta ruta me llamó la atención por su nombre y porque supuse que estaría muy cerca de Jerez, ciudad que visito con frecuencia pero nunca me había fijado en que hubiera montes y algún pico significativo por sus alrededores. Y con razón, porque resulta que los llamados Montes de Propios de Jerez están a algo más de 60 kilómetros de esa ciudad.
¿Por qué unos montes que geográficamente pertenecen al Parque Natural de Los Alcornocales y están más cerca de municipios como Algar o San José del Valle, o incluso Alcalá de los Gazules o Ubrique, pertenecen sin embargo al ayuntamiento de Jerez de la Frontera? La respuesta está en la Historia: ese territorio fue donado a Jerez en el año 1300 por el rey Fernando IV, junto con el castillo de Tempul, concesión ratificada luego por su hijo Alfonso XI; eran tiempos de la llamada “reconquista”, y los monarcas al conceder esa importante jurisdicción territorial a una ciudad de “realengo” seguramente pretendían impedir el control de los nobles o de las órdenes militares sobre una zona estratégica y muy rica en recursos forestales. Durante más de siete siglos estos montes han sido bienes comunales, “propios” de los vecinos de Jerez y administrados por su ayuntamiento, que desde 1988 lo hace a través de EMEMSA (Explotación de los Montes de Propios Empresa Municipal S.A), empresa que gestiona la explotación y conservación de esos montes y concede los permisos para hacer los senderos, para alquilar alojamiento en el cortijo de Rojitán y para algo que personalmente detesto: las monterías y las batidas de corzos y cochinos (jabalíes) en el coto de La Jarda.
Hay que señalar también que en las últimas décadas del pasado siglo los Montes de Propios estuvieron prácticamente cerrados e inaccesibles para sus dueños, es decir, “el común” de los ciudadanos de Jerez. Pero en el año 2001 varios colectivos se unieron en la Plataforma para la Regulación del Uso Público de los Montes de Propios de Jerez, que en pocos años logró la apertura de los montes y la progresiva señalización de itinerarios. Actualmente son ya nueve los senderos, con longitudes comprendidas entre 4,3 y 18,4 km: Arroyo del Parral, Brañahonda, Casas del Quejigal, Casa de Torres, Cerro del Charco, La Albina, Montifarti, Pico de la Gallina y Rojitán. En total 88,9 km señalizados.
Uno de ellos es el del Pico de la Gallina, con 15 km, 355 metros de desnivel y MIDE 1213, aunque el letrero oficial del sendero dice “Dificultad Media-Alta”, lo cual a mí me parece contradictorio con ese MIDE. El pico en sí, con 798 metros de altura, es la cota más elevada de la Sierra de la Gallina y, por tanto, también de los Montes de Propios. Ese sería nuestro objetivo.
La mayor parte del grupo senderista había salido temprano de Dos Hermanas y desayunado en Montellano, reuniéndonos todos (algunos compañeros venían de Arcos, otros de Jerez) en el mismo punto de acceso a la ruta: en la carretera provincial CA-503, dirección del Charco de los Hurones a Puerto Gáliz, pasado el km 12, a la izquierda hay una cancela que enseguida nos abrió el guarda, advertido de nuestra llegada por los coordinadores, que previamente habían obtenido el permiso. Cerca de la casa del guarda está la señal de inicio del sendero y un panel con una completa información de la ruta, y ahí mismo hay una zona habilitada para dejar los coches. Todo eran facilidades.
Un poco pasadas las 10:30 empezamos a caminar por una pista forestal, siempre en subida constante y suave, y enseguida entramos en uno de los famosos “canutos” de Cádiz, un tipo particular de bosque de galería que se da a lo largo de los arroyos de las sierras cercanas al mar, donde chocan los vientos húmedos del Estrecho, en este caso el Arroyo de las Palas, en cuyos márgenes va el canuto del mismo nombre. Ahí encontramos bien señalizados algunos pequeños manantiales con nombres poco imaginativos: manantial de Abajo, manantial de Enmedio, y quién sabe si habrá un manantial de Arriba, que yo no vi (de todas formas los manantiales estaban tan escondidos que si no era por los letreros creo que ni los hubiéramos visto). Siguiendo al coordinador, nos desviamos un poquito de la pista para acercarnos a una zona de vegetación frondosa, donde destacaba un gran rododendro, también llamado ojaranzo (Rhododendron ponticum subsp. Baeticum, una especie endémica de esta zona), que fue un auténtico photocall o “fotocol”.
La ruta transcurre plácidamente, entre alcornoques y quejigos, mezclados a veces con laureles y madroños, entre sombra y sol que se van alternando, con una temperatura maravillosa gracias a la permanente brisa, y a medida que vamos subiendo en zigzag disfrutamos de bonitas vistas, como la del embalse de Guadalcacín, sobre el río Majaceite, y al fondo Arcos de la Frontera. Pista y vistas, sierra y árboles, ese es por ahora el resumen de esta bonita ruta.
En medio de tan hermosa naturaleza, nos llama mucho la atención una especie de grandes jaulas-comederos que según explican algunos compañeros se utilizan para poner comida y acostumbrar a los animales a acudir confiados, facilitándose así la tarea de los cazadores… ¡Qué odioso me resulta todo lo relacionado con la caza supuestamente “deportiva”! Llegamos a un cruce de caminos, señalizado, seguimos por la derecha y parece que volveremos por el camino de la izquierda. La pendiente se endurece un poquito, aunque se hace sin dificultad; en esta zona más alta lo que hay son pinos de repoblación, jaras, brezos, cantuesos. Un poco pasadas las 12:30 vemos a lo lejos el Pico de la Gallina, que corona una cresta de rocas blanquecinas en la cima de la sierra (cresta que supongo será lo que le da el nombre). Sin embargo el perfil del pico queda ahora un poco deslucido por una casa que hay justo al lado, sobre las rocas, una especie de torreta con una gran antena en el techo, que forma parte del llamado Sistema Bosque, un dispositivo de detección de incendios que está conectado con el Centro de Defensa Forestal (Cedefo) de Alcalá de los Gazules; parece que de junio a octubre hay dos guardas que se turnan en las labores de vigilancia desde esa torre.
La pista por la que subíamos da paso a un cortafuegos que va junto a una alambrada de una finca particular (la dehesa El Marrufo, que formaba parte de los Montes de Propios hasta mediados del siglo XIX, cuando se vendió), y ese tramo último es en esta época del año un placer para la vista gracias a la gran cantidad de jaras pringosas con sus blancas y resplandecientes flores.
Pasamos una cancela y poco antes de la una del mediodía estábamos ya en el pico, algunos arriba del todo, junto al vértice geodésico, al que no hay otra forma de llegar que no sea trepando por las piedras, en medio de un fuerte viento, lo que disuadió a algunos que nos conformamos con el balconcito de la casa.
Desde uno u otro sitio, todos contemplamos las espectaculares vistas del Parque de los Alcornocales y gran parte de la provincia de Cádiz, incluyendo la Sierra de Grazalema y el Peñón de Gibraltar, y seguramente en días despejados se ve también el norte de África.
Unos minutos disfrutando de la magnífica panorámica, una imprescindible foto de grupo y abandonamos el pico de la Gallina retrocediendo por el mismo camino entre jaras en flor.
Enseguida nos desviamos a la derecha (sendero señalizado), entrando por un pinar que pronto da paso a un bosque de alcornoques, con sus troncos pelados de corcho, que se yerguen sobre una alfombra de grandes helechos salpicados de unas preciosas flores amarillas.
Tras unos veinte minutos caminando por ese delicioso paraje nos paramos en un lugar cualquiera en medio de esa maravilla para seguir disfrutando del entorno y de los bocadillos, sin olvidar los bombones obsequiados por los coordinadores (nuestro club es tan especial que los coordinadores de rutas, además del trabajo preparatorio que hacen, además de la responsabilidad que asumen guiándonos a todos, resulta que encima suelen invitar a los participantes ya sea a bombones, bizcocho, café, cervecita, o lo que proceda; los “señalycamineros” somos así de elegantes). Esta vez la parada para comer duró algo más de lo acostumbrado y creo que estuvimos casi media hora (¡aleluya!) en este lugar lleno de serenidad, sombra y fresquito.
Seguimos luego nuestro camino, ya siempre bajando, disfrutando de la misma rica vegetación y el paisaje que a veces se abría para dejarnos ver los perfiles de las sierras cercanas (cuyos puntos más significativos eran perfectamente reconocidos por varios compañeros, que decían nombres muy familiares para todos: el Salto del Cabrero, el Picacho…), y las grandes rocas blanquecinas desperdigadas en medio del verdor, en ocasiones con cuevas a cuyo abrigo uno imagina historias llenas de vida.
Recuerdo que en el último tramo de repente el camino casi desapareció y nos vimos bajando con un poco más de dificultad, lo cual dio pie a comentarios del tipo: “ya me extrañaba a mí…”, “no, si conociendo al coordinador, algo de esto tenía que haber…”. Debido al desnivel, las piedrecitas y la tierra suelta hubo algún que otro resbalón, y tres o cuatro senderistas ensayaron diversas formas de la técnica del cuerpo a tierra. Contrastando el mapa de la ruta que hicimos (dos cortos tramos lineales al inicio y final y dos tramos circulares en medio, formando un ocho) con el que figura en el letrero oficial del sendero (un largo tramo lineal de ida y vuelta, y solo un tramo circular) se ve claramente la variante que introdujeron los coordinadores, y que nos llevó a atravesar el arroyo del Parral y luego el de las Palas, en plena dehesa de La Jarda.
Acabado el tramo de la emoción nos reagrupamos y pronto enlazamos con la pista inicial del sendero, por la que hacia las 16:30 llegamos a los coches, todos encantados de la vida y dispuestos a culminar la bonita jornada compartiendo otro rato de conversación en torno a un café, refresco o cerveza en la venta de Puerto Gáliz.
Muchas gracias Concha y Pepe por regalarnos una vez más una ruta inolvidable, que en su día disfruté mucho y ahora he disfrutado otra vez al rememorarla.
[Fotos: Pepe López y Manolo Sánchez]